jueves, 29 de diciembre de 2011

Rápido, se hace tarde. Las anillas del reloj siguen girando, y el momento se acerca. Recoge su habitación y guarda cada cosa en su sitio -como de costumbre-. Se despide de su hermano, de su madre y de su padre. Abre la puerta, y sale. Y ahí está él, su chico,-con el que lleva un año y dos meses-, esperándole en el coche para llevarle a un sitio especial, dónde construyeron su mundo de fantasías, un mundo de ilusión, de amor, un sitio dónde construyeron su pequeña casa de madera con un jardín vallado. Se tumbaron juntos, y abrazados, miraban las nubes pasar por encima de ellos. A penas hablaban, ese silencio no les parecía incómodo, es más, estaban bastante comodos. Se miraban, y se besaban, se besaban como si ese fuera su primer y último beso. Aunque, quizás, ese igual, era el último;
Él:  Tengo que decirte algo, me tengo que marchar...
Ella: ¿Ya? Es temprano, pero bueno, adiós...
Él: No, no. Me refiero a que me marcho, para siempre. Me han dado plaza para irme a estudiar a Oxford y no la puedo rechazar ahora... Lo siento. Esto me duele más a mi que a ti, créeme.
Ella: No, no puedes irte. Me prometiste un ''siempre juntos''
Él: Podemos seguir juntos, pero a distancia
Ella: Entonces me iré contigo, dejo todo, y nos vamos juntos
Él: ¡Estas loca! Y tus estudios, y tu familia y amigos, qué?
Ella: Me da igual, quiero estar contigo siempre y lo voy a dejar todo por ti, porque sí, estaré loca, pero por ti.

[...] Lástima de chica, que iba a perder todo por él, sin saber, que la había estado engañando semanas atrás.

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